Lo mejor del New York Film Festival 2024

Asistir a un festival de cine tiene algo muy excitante. Llevo ya unos cuantos a mis espaldas. Empecé con el que me quedaba más cerca de casa. El Festival de Cine de Sitges, un certamen de temática fantástica y de terror que me tenía sin dormir durante semanas. Aún y viendo entre cuatro y seis películas al día, nunca me sentí empachado. Quizá fuera el fuerte contenido gore, o la espontánea microsiesta de un par de segundos en mi butaca, o los palitos que entraba de contrabando para matar el hambre y el rugido de mi estómago, pero lo cierto es que me fascinaba ver lo nuevo y lo mejor del año, de ese género, antes que el público general y entre compañeros de profesión. Muchos nos acusan de ser unos patanes que nos pasamos el día viendo películas, lo cual es cierto, pero las múltiples incomodidades que eso conlleva no lo hacen tan idílico como parece.

En fin.

Sin haber cubierto los más 'gordos' como Cannes o Toronto, el New York Film Festival se ha convertido, sin duda, en uno de mis favoritos. No solo tiene lugar en mi ciudad, sino que es un buen resumen de lo mejor que ha pasado en el circuito de festivales en primavera y verano. Su programación siempre incluye títulos que van a estar entre las nominaciones de los premios del invierno. Todo esto para decir que asistí a la última edición, la 62, con mi gran amigo y cinéfilo Juan, y voy a compartir algunas de las mejores películas del año.

El festival arrancó con Nickel Boys, que no parece la mejor película pero sí es, sin duda, una de las propuestas más arriesgadas. El film adapta una novela de 2019 que ganó el Pulitzer a mejor ficción. Su director, RaMell Ross, debuta en el largometraje y deja su huella tomando una decisión muy arriesgada: la película se sigue desde el punto de vista de uno de sus dos protagonistas. Es decir, la cámara adopta la posición de sus ojos y el resto de personajes interactúan con ella, brindando al espectador una experiencia en primera persona. Hubo mucho debate, después del pase, entre los compañeros, sobre si esto era un acierto. Yo fui de los pocos a quienes el efecto no molestó e, incluso, me sumergió más en la historia. Una historia que, por cierto, es dura porque aborda el racismo en un reformatorio juvenil de Florida, en los años 60. Cada vez son más frecuentes este tipo de historias, con cineastas que no quieren olvidar el pasado xenófobo (casi tecleo "presente") de los Estados Unidos, pero Ross opta por insinuar la violencia en vez de mostrarla explícitamente. Es algo que percibes profundamente y es interesante que no se convierta en algo tan crudo como fue 12 años de esclavitud, por ejemplo. Creo que Nickel Boys merece una buena oportunidad y, guste o no, su perspectiva, el juego de cámaras y ese giro final la hacen especial. A quienes hayan leído el libro quizá no les parezca igual, pero para mí, sí dejó la película más redonda.

Si Nickel Boys me pilló un tanto desprevenido, The Brutalist era algo ya muy esperado. Se presentó en el Festival de Cine de Venecia y creo que se llevó algunos de los comentarios más positivos que he leído nunca en un certamen así. O sea, gustó a todo el mundo. Es más, ya hablaban de ella como la película del año. No fue un pase fácil. La película dura casi tres horas y media, con un intermedio de 15 minutos que viene integrado en el metraje. O sea, no hay un tío controlando el tiempo con un reloj, sino que hay una cuenta atrás en la pantalla. Además de hacer un homenaje al cine, relatando una historia muy épica con un pulso narrativo excelente, el director le añade un toque de nostalgia exhibiéndola en el formato VistaVision, que se popularizó en Hollywood en los años 50. De hecho, el maestro Alfred Hitchcock dirigió su obra maestra, y mi favorita de su filmografía, Vértigo, en el mismo formato.

La historia ya está contada: un inmigrante judío que huye del Holocausto buscando fortuna en los Estados Unidos, donde es recibido con todo tipo de dificultades que le hacen rozar el sueño americano. Pero la forma en que está contada es fascinante. Ya solo arrancar, en ese barco procedente de Europa, con el protagonista perdido en el laberinto de la nave, hasta que sale y aparece, invertida, la Estatua de la Libertad, es algo que anticipa que vamos a ver algo muy bueno. El director es Brady Corbet, que se llevó buenas críticas con la película Vox Lux, pero yo no me quito de la cabeza como actor en el remake americano de Funny Games, del que se encargó su director original, el austriaco Michael Haneke. Es sorprendente cómo Corbet ha reinventado su carrera como director.

Quizás lo más increíble sea cómo logra narrar la biografía de un arquitecto brutalista ficticio, pero dando toda la impresión de ser real. Le ayuda mucho en esto Adrien Brody, que ofrece una de las interpretaciones más extraordinarias del año. No es perfecta, como pocas películas lo son, pero no se nota su duración y te mantiene atrapado a lo largo de todo el metraje. Tengo ganas de repetirla.

El NYFF tiene invitados fijos, directores que, hagan lo que hagan, van a estar allí. Sea bueno o no el material que llevan. Eso pasó con el coreano Hong Sang-soo, de quien vimos un par de películas regulares (A Traveler's Needs y By the Stream). Repetidor es también Sean Baker, pero con otra obra maestra: Anora. Probablemente su mejor. Aquí no puedo ser muy imparcial. La película transcurre en Nueva York y ya tiene un enganche emocional (e irracional, lo sé) para mí. Pero es que, además, es una gran película. Creo que de las mejores del festival. La habilidad de Baker para jugar con el humor y el drama es ejemplar. Hay secuencias que te arrancan una estruendosa carcajada. Escenas sacadas, casi, de la screwball comedy, de los tortazos y trompazos. Pero queda en el espectador la emoción de la historia de una mujer, stripper, que se lanza a un amor que parece un espejismo. Si no conoces su obra, tienes que ver todo lo que ha hecho porque su filmografía tampoco es tan larga (Tangerine, The Florida Project y Red Rocket).

Mención especial para Mikey Madison que crea un personaje redondo y realista. Creo que hay un gran trabajo en el retrato de la comunidad rusa de Brighton Beach y los actores de reparto están sensacionales. En mi caso, que de alguna forma, creí posible un Pretty Woman a la rusa, sientes que la película conduce a una comedia romántica. Pero no es así. Su plano final, en el coche, es desgarrador, inolvidable. Esa escena se lleva uno para el resto de la vida.

Otro director que no decepciona y que también pasó por el festival es Pablo Larraín. El chileno cierra su trilogía de mujeres con Maria. Me encantaron Jackie, que sigue a Jacqueline Kennedy después del asesinato de su marido y presidente de los Estados Unidos, y Spencer, que trata la opresión que ahogó a Lady Di durante el escándalo de la infidelidad de su marido, el príncipe de Inglaterra. La trilogía va de forma ascendente y Maria sube un peldaño más. No conozco a la auténtica Callas pero me creo el personaje que personifica Angelina Jolie. No se trata de un documental. Es una película realista basada en hechos reales y, por esa razón, creo que no desentona su interpretación.

Además de descubrir, a los novatos, esta historia de una diva que pierde la voz y sucumbe a adicción a las pastillas, Larraín se mete en su cabeza y nos muestra sus fantasmas, que podemos tocar. Los momentos en los que la ópera toma vida en las calles de París son sumamente emocionantes. Y los diálogos del genial guionista Steven Knight, que ya escribió Spencer, son absolutamente perfectos. Jolie se agarra a ellos para ofrecer una de sus mejores interpretaciones.

Todo festival que se precie debe programar una película que divida al público y, en esta edición, este papel de honor le ha tocado a Emilia Pérez. No recuerdo una película que sacara reacciones más viscerales de los periodistas sentados en la sala. Probablemente su mayor reto es que quiere ser muchas cosas a la vez, pero sorprendentemente funciona. Es un musical sobre una jefe narco trans ambientada en México, con director francés y reparto latino internacional que incluye a Selena Gomez, a quien cuesta entender en español, y Zoe Saldaña, la mejor de todas. La revelación, aquí, es Karla Sofía Gascón por su dramática transformación en la película y por su talento ante la cámara. El reparto entero funciona a la perfección. Vi la película dos veces seguidas, de manera accidental, y tengo que reconocer que me emocionó más la segunda vez. No me importa su tono de telenovela y algunos clichés sobrecargados. Me llegó al corazón y salí con la canción 'Camino' resonando en mi cerebro.

Otra película que generó división fue un documental que ha sembrado ya varios premios, entre ellos, la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián. Se trata de Tardes de soledad del director catalán Albert Serra. Serra se ha labrado una carrera con su personalidad excéntrica y su cine irregular. Irrumpió en escena en Cannes con una pequeña película inspirada en el Quijote titulada Honor de caballería. Le siguieron varios títulos con esa pátina de cine alternativo, despojado de efectos, cuyo cenit, creo yo, llegó con La muerte de Louis XIV, que también vimos en el NYFF. La novedad con Tardes de soledad es que se trata de un documental. Serra se ha interesado por la psicología de un torero: Andrés Roca Rey, toda una sensación en el mundo del toro.

La genialidad de la película radica en que Serra mete la cámara en el ruedo. Hablo de planos tan cerrados que, literalmente, tienes la sensación de estar en medio de la plaza. Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. No soy fan de la tortura a los animales y esa es la sensación que tengo cuando alguien me habla del arte del toreo. La película no va a cambiar la opinión que tengas de los toros. A mí me sigue pareciendo una atrocidad. Pero le reconozco el valor que tiene un torero que se pone delante de un toro y arriesga, de forma un tanto absurda, su vida. Serra no se entromete. Deja hablar a la cámara y los personajes reales. Creo que en algún momento se echa en falta una reflexión en voz alta. Pero es una buena apuesta del director.

Anecdóticamente, hubo un elemento que me sacó por completo de la película. Pero eso es culpa de mi obsesión por Friends. Sin venir a cuento, Serra utiliza el tema Embryonic Journey de Jefferson Airplane que acompaña el último episodio de la serie. Lo tengo tan integrado en mi ser que, de pronto, no puede evitar ver la cara de Rachel, Ross, Phoebe, Joey, Monica y Chandler.

Como Baker, Serra y Sang-soo, Pedro Almodóvar es otro de los directores asiduos del Festival de Cine de Nueva York. Esta vez llegó con La habitación de al lado, basada en una novela de Sigrid Nunez sobre la dramática petición que hace una mujer con cáncer a su mejor amiga: ocupar la habitación del lado en el momento en el que ella se tome su propia vida para evitar el sufrimiento. La premisa me interesó y tiene una pareja protagonista de ensueño con Tilda Swinton y Julianne Moore. No creo que se pueda superar. Como ya esperamos del director, la película tiene una estética muy cuidada pero también estamos acostumbrados a ciertas exageraciones o escenas que no añaden más. Me pasó con los flashbacks, tres, si no recuerdo mal, que me parecieron una distracción y me expulsaron de la historia. Tampoco me gustó la decisión de Almodóvar de introducir un nuevo personaje, en el último acto, y la actriz que eligió. Soy intencionadamente vago para evitar spoilers pero creo que hubiera sido mejor dar la oportunidad a otro actor porque me pareció, nuevamente, una distracción.

Más leyendas de cine en este festival. Mike Leigh regresó a la pantalla grande con Marianne Jean-Baptiste, una actriz que asociamos directamente a él y una de sus mejores obras, Secretos y mentiras. Su nuevo proyecto se titula Hard Truths y me pareció la antítesis de otra de sus buenas películas, mi favorita sin duda, Happy-Go-Lucky. De nuevo, Leigh nos lanza un personaje y secuencias que generan carcajadas pero que esconden un drama rotundo. Jean-Baptiste se convierte en una mujer de lo más antipática, al otro extremo de la que interpretaba Sally Hawkins en la película que acabo de mencionar. Odia a todo el mundo a quien ve como un enemigo. Sufre unas intensas migrañas que la dejan fuera de combate y su marido e hijo quieren ayudar pero su actitud negativa lo hace casi imposible. No es fácil sentir empatía hacia un personaje tan hostil. En algún momento te entran ganas de cogerla por los hombros y sacudirla, como para reiniciarle el sistema. Mi única crítica, probablemente sea más un deseo hacia la película, es que le falta una resolución en positivo. Con esto no revelo el final pero apunto a una historia que desciende a un pozo sin fondo. En general me pareció una muy buena película, llena de intensidad emocional.

El festival también tuvo un hueco para una película que, aparentemente, parece no pintar nada entre su programación. The Friend podría ser una simpática comedia sobre una mujer a quien le regalan un perro del tamaño de un caballo. Pero, rápidamente, se transforma en una emotiva historia sobre el luto, superar la muerte de un ser querido y la empatía que generan los animales. De hecho, me sorprendió que me tocara la fibra y me encontré llorando, al final, con el alma en el suelo. Tiene el añadido de tener lugar en Nueva York (con lo que eso representa para mí) y, además, muestra a una Naomi Watts en su mejor momento. Creo que, difícilmente, un espectador amante de los perros le dará la espalda. Y lo digo yo, que soy más de gatos. Y me enterneció. Hay que darle una oportunidad.

Antes de abordar la película que clausuró el festival, Blitz, quiero destacar otros títulos a los que no hay que perder de vista. The Seed of the Sacred Fig vino con el aval de Cannes y este film político que carga duro contra la represión del gobierno de Irán. Mi única objeción no es tan importante, en realidad. Parece dos películas en una. Empieza como un drama familiar y acaba como un thriller de acción. Esta es la candidata alemana para los Óscar y creo que tendrá un buen camino. All We Imagine As Light es una bonita historia de tres mujeres que viven en Bombay aunque podría ser cualquier gran ciudad, como, por ejemplo y al azar, Nueva York. En este contexto asfixiante se entrelaza la amistad de estas amigas que buscan una conexión afectiva. Happyend es una película japonesa que nos lanza a un futuro inminente desde un instituto donde los jóvenes están sometidos a un estricto control tecnológico. Es una buena comedia actual con momentos brillantes, como el del coche vertical. Viet and Nam es una inesperada historia de amor homosexual entre dos jóvenes mineros del carbón. Se consume a fuego lento pero tiene un poder que te atrapa y te engulle en sus aguas, al final.

Llegamos al final del festival que cerró con la nueva película de Steve McQueen, un director del que sigo la pista desde 12 años de esclavitud que me dejó planchado en el pase del NYFF, en 2013. Tiene buen ojo con la cámara y creo que sabe exprimir las historias que captan su atención. Blitz no es una excepción. El título hace referencia al bombardeo indiscriminado que sufrió Londres por parte de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. En medio de esta tormenta de fuego, una mujer decide enviar a su hijo a un campo infantil para su seguridad pero el chico se escapa para reencontrarse con su madre. La premisa evoca, de inmediato, El imperio del sol de Steven Spielberg. Pero Elliott Heffernan, el niño protagonista, no es el pequeño Christian Bale. Sin desmerecer su interpretación, además de ser un encanto (atendí la presentación para la prensa en Nueva York), Heffernan se queda un pelín corto a la hora de transmitir las emociones de su personaje. Sé que se les exige mucho a los actores infantiles pero es una pieza importante en este puzzle. Le acompaña Saoirse Ronan que siempre da lo mejor de sí misma.

La película tiene un corte muy clásico y sigue el viaje del chaval que busca reencontrarse con su madre y, en menor medida, el drama de la mujer que busca a su hijo. En este viaje el niño se encuentra con diferentes momentos que ilustran la tragedia de la guerra y McQueen parece querer ser muy imaginativo en esas escenas, como la de la inundación de los túneles del metro. No le falta algún momento entrañable y su mensaje cala pero, en mi opinión, se desvanece esa magia que hace que una película sea memorable.

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